Hacer un Inventario de todo lo que huye presupone una inclinación natural a las ventanas, un sucederse más allá de aquello que está dentro y nos prolonga si sabemos mirar.
Emilio Rodríguez es un maestro de la lejanía y un conquistador de la hondonada, por eso las cosas no le huyen, a él especialmente se le quedan en las manos esperando ser convertidas en palabras o en árbol. Y después el poeta se esconde en las raíces del asombro y juega al escondite con el lector. Hay un momento, durante la lectura del poema en que uno no sabe si el hallazgo de la belleza es suyo o ya le viene dado. La experiencia podría confundirse con la intromisión en la pintura, no es el cuadro el que inunda nuestra mirada sino nosotros los que lo transformamos en fuego mediante la sabiduría de los colores. La poesía de Emilio engrandece a quien se acerca, nos sumerge en el lujo de ser bosque desde el otro lado del verso y sobre todo, nos deslumbra en una proyección mágica de nosotros mismos.
El autor parece detenerse a la sombra del vocablo mientras el poema nos devuelve la eternidad perdida.
La realidad de este Inventario, a mi modo de ver, no admite clasificaciones. Hay un todo que permanece gracias a la belleza. La poesía nos salva de la huida.
ANA MARÍA SÁNCHEZ
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