viernes, 7 de octubre de 2011

PALABRAS PRELIMINARES

Hacer un Inventario de todo lo que huye presupone una inclinación natural a las ventanas, un sucederse más allá de aquello que está dentro y nos prolonga si sabemos mirar.

Emilio Rodríguez es un maestro de la lejanía y un conquistador de la hondonada, por eso las cosas no le huyen, a él especialmente se le quedan en las manos esperando ser convertidas en palabras o en árbol. Y des­pués el poeta se esconde en las raíces del asombro y juega al escondite con el lector. Hay un momento, duran­te la lectura del poema en que uno no sabe si el hallaz­go de la belleza es suyo o ya le viene dado. La experien­cia podría confundirse con la intromisión en la pintura, no es el cuadro el que inunda nuestra mirada sino noso­tros los que lo transformamos en fuego mediante la sabi­duría de los colores. La poesía de Emilio engrandece a quien se acerca, nos sumerge en el lujo de ser bosque desde el otro lado del verso y sobre todo, nos deslumbra en una proyección mágica de nosotros mismos.

El autor parece detenerse a la sombra del vocablo mientras el poema nos devuelve la eternidad perdida.

La realidad de este Inventario, a mi modo de ver, no admite clasificaciones. Hay un todo que permanece gracias a la belleza. La poesía nos salva de la huida.

ANA MARÍA SÁNCHEZ

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