(Para Luis Frayle)
Escucha, Gilgamesh, el de los ojos claros,
escucha este crujir de noches pálidas,
y cómo mi ciudad se contorsiona
ahogada por su propio desencanto.
Percibe, incomparable hijo de Uruk,
este clamor de quicios y alacenas
por sobre los lamentos de los árboles.
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